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Escandinavia y el Sur Global: una conexión silenciosa

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Escandinavia y el Sur Global: una conexión silenciosa

Cuando se menciona a los países nórdicos —Noruega, Suecia, Dinamarca y Finlandia— muchos piensan en sociedades de alto bienestar: atención médica gratuita, educación de calidad, generoso apoyo a la crianza y un sistema de pensiones que brinda tranquilidad. Todo esto dibuja un estilo de vida envidiable. Pero, ¿alguna vez te has preguntado cómo se logra todo esto? ¿Cómo se entrelazan los altos impuestos, los salarios elevados y la rentabilidad empresarial? Y, más importante aún, ¿qué papel juega la globalización en este modelo? Hoy hablaremos sobre la historia detrás del modelo de bienestar nórdico, desde los cafés de Estocolmo hasta las plantaciones de cacao en Costa de Marfil y las fábricas textiles en Bangladés, para ver cómo esta red global invisible conecta mundos tan diferentes.

Altos impuestos: ¿de dónde viene el bienestar?

Comencemos por la “bolsa de dinero” del bienestar nórdico: los altos impuestos. Los servicios públicos en los países nórdicos se financian casi exclusivamente con impuestos. El impuesto de sociedades en Suecia es del 20,6% y en Dinamarca del 22%, cifras similares a la de Estados Unidos (21%), pero la estricta supervisión fiscal y la transparencia garantizan ingresos estables. Además del impuesto de sociedades, las empresas pagan contribuciones a la seguridad social, que van directamente a proyectos de salud, pensiones y otros beneficios. Para los individuos, se aplica un sistema progresivo: a mayor ingreso, mayor tasa. Por ejemplo, en Suecia la tasa marginal máxima llega al 57% y en Dinamarca al 55,9%. Un sueldo mensual de 40.000 coronas suecas (unos 4.000 dólares) se reduce a unas 22.000 coronas tras impuestos.

Estos impuestos sostienen el enorme gasto público nórdico. En 2022, el gasto público en Suecia representó el 49,3% del PIB y en Dinamarca el 52,7%, muy por encima del promedio de la OCDE (41,4%). ¿En qué se gasta? Salud, educación, licencias parentales pagadas y pensiones son los principales rubros. En Suecia, la hospitalización y las cirugías son prácticamente gratuitas; en Dinamarca, el subsidio de desempleo puede llegar al 90% del salario durante dos años. ¿Por qué se usan tan eficientemente los impuestos? Por un lado, por la transparencia en la gestión; por otro, por la confianza ciudadana, convencida de que los impuestos se traducen en seguridad. Esta confianza es fruto de décadas de contrato social.

Por supuesto, los altos impuestos también implican un alto costo de vida. En Estocolmo, alquilar un apartamento promedio cuesta unas 12.000 coronas al mes (1.200 dólares), y un café ronda las 40 coronas (4 dólares). Los gastos son elevados, pero la mayoría lo acepta porque sabe que ese dinero se transforma en protección social real.

Altos salarios: carga y motor a la vez

Además de los impuestos, los altos salarios son otro pilar del modelo nórdico. Los sueldos en la región están entre los más altos del mundo. En 2022, el salario promedio por hora en el comercio minorista sueco era de unas 160 coronas (16 dólares), y en la construcción llegaba a 200 coronas (20 dólares). En Dinamarca, incluso los empleados de comida rápida ganan unos 25.000 coronas al mes (2.500 dólares), más del doble que sus pares estadounidenses (1.200 dólares). Estos salarios no son impuestos por el gobierno, sino resultado de negociaciones sindicales. La tasa de sindicalización es del 68% en Suecia y 67% en Dinamarca, de las más altas del mundo.

Los altos salarios garantizan el nivel de vida y estimulan el consumo interno. En 2022, el gasto de consumo per cápita fue de unos 28.000 euros en Suecia y cerca de 30.000 en Dinamarca, beneficiando sectores como comercio, restauración y turismo. Pero también generan presión sobre los costos: un menú de hamburguesa en Suecia cuesta 150 coronas (15 dólares), casi el triple que en Asia. Para compensar, las empresas buscan mayor eficiencia. La mano de obra nórdica es altamente educada (tasa de graduación universitaria del 40% en la OCDE) y la automatización es común: líneas robotizadas en Volvo (Suecia), logística digitalizada en Maersk (Dinamarca), todo ayuda a reducir costos.

Pero la eficiencia no basta: la presión de los altos salarios lleva a muchas empresas a mirar hacia el extranjero y apoyarse en la globalización para repartir los costos.

Alto bienestar: en todos los aspectos de la vida

Muchos ven el bienestar nórdico como el modelo de vida ideal. Suecia y Dinamarca ofrecen hasta 480 días de licencia parental pagada a los padres de recién nacidos, que pueden distribuir libremente. El gobierno otorga una ayuda mensual de unos 1.250 coronas (125 dólares) por hijo. La educación, desde preescolar hasta universidad, es prácticamente gratuita; los universitarios daneses reciben incluso una beca mensual de 6.000 coronas (600 dólares).

En salud, la cobertura es universal y casi totalmente financiada por el Estado. En 2022, el gasto sanitario per cápita fue de unos 5.800 dólares en Suecia y 6.000 en Dinamarca. Las pensiones son seguras: en Noruega, la tasa de reemplazo (pensión respecto al salario previo) ronda el 60%. ¿De dónde sale el dinero? Principalmente de impuestos y beneficios empresariales. En 2022, los ingresos fiscales representaron el 42,6% del PIB en Suecia y el 46,1% en Dinamarca; una gran parte proviene de impuestos empresariales y contribuciones sociales. Noruega tiene una fuente especial: la empresa estatal Equinor, que en 2022 generó 150.000 millones de dólares en exportaciones de petróleo y gas.

La eficiencia del sistema de bienestar nórdico se debe a una gestión transparente. En Suecia, los datos fiscales son públicos; en Dinamarca, los trámites para solicitar ayudas son simples y la asignación de recursos es rápida y precisa. Esta transparencia y eficiencia refuerzan la confianza en el sistema.

¿Cómo obtienen beneficios las empresas?: valor añadido y presencia global

¿Cómo ganan dinero las empresas nórdicas en un entorno de altos impuestos y salarios? Principalmente de dos maneras: valor añadido y cadenas de suministro globales. Primero, el valor añadido. Las empresas nórdicas son expertas en aumentar el valor de sus productos mediante marca y diseño. H&M con la moda rápida, IKEA con muebles minimalistas, LEGO con juguetes creativos, todos han capitalizado el “estilo de vida nórdico”. Una camiseta de H&M puede costar 2 dólares producirla y venderse a 20; una estantería de IKEA cuesta 30 dólares fabricarla y se vende a 150; una caja de LEGO cuesta 10 dólares y se vende a 100.

Este valor añadido no surge de la nada, sino de la innovación y la construcción de marca. En 2022, Suecia destinó el 3,4% de su PIB a I+D y Dinamarca el 3,0%, por encima del promedio de la OCDE (2,7%). H&M, IKEA y LEGO tuvieron ingresos globales de unos 22.000, 44.000 y 9.000 millones de dólares respectivamente en 2022. Parte de estas ganancias, a través del impuesto de sociedades, regresan al sistema de bienestar. Noruega tiene además un “gran fondo”: el Fondo de Pensiones del Gobierno, que gestiona 1,4 billones de dólares y en 2022 ganó 120.000 millones en inversiones globales, proporcionando apoyo estable al bienestar.

Pero el valor añadido no basta para compensar los altos costos; las empresas nórdicas dependen aún más de cadenas de suministro globales, trasladando la producción a países de bajos costos. La mayoría de la ropa de H&M proviene de Bangladés, India y Vietnam; en 2022, los proveedores de Bangladés representaron el 30% de la cadena global de H&M, donde los salarios mensuales son de solo 100-150 dólares, muy por debajo del estándar sueco. Los muebles de IKEA se fabrican mayoritariamente en China, a menos de la mitad del costo local. Esta estrategia ahorra mucho dinero, mantiene la competitividad y permite mayores contribuciones fiscales.

Las exportaciones son otro punto fuerte. En 2022, las exportaciones suecas representaron el 49% del PIB y las danesas el 58%. Productos de alto valor añadido como maquinaria, farmacéuticos y energía se venden en todo el mundo, y mercados emergentes como China e India son clientes clave de H&M e IKEA.

La otra cara de la globalización: costos lejanos

El alto bienestar y la rentabilidad empresarial nórdica dependen en gran medida de la globalización. Pero detrás de esta red hay realidades incómodas. El trabajo infantil en Costa de Marfil y el acoso en fábricas textiles de Bangladés están íntimamente ligados al estilo de vida nórdico.

Costa de Marfil es el mayor productor mundial de cacao, con unos 2 millones de toneladas en 2022 (40% mundial). Según la OIT (2020), unos 2 millones de niños de 5 a 17 años trabajan en plantaciones de cacao, cortando vainas, rociando pesticidas y cargando peso, por menos de 1 dólar al día, a veces solo por comida y alojamiento. Esto es consecuencia de la pobreza extrema y los bajos precios del cacao: los agricultores reciben solo 1-2 dólares por kilo, menos del 6% del valor final del producto.

¿Qué relación tiene esto con Escandinavia? Marcas como Cloetta (Suecia) y Fazer (Finlandia), así como supermercados ICA y Coop, utilizan cacao de Costa de Marfil en sus chocolates. Los nórdicos son grandes consumidores: en 2022, el consumo per cápita fue de 6,5 kg en Suecia y 6,2 kg en Dinamarca, lo que impulsa la demanda. Algunas empresas prometen usar cacao certificado sostenible (Fazer planea llegar al 100% en 2025), pero en 2022 la cobertura era solo del 50%, y el promedio global es del 10-15%. Las certificaciones y la supervisión son insuficientes para erradicar el trabajo infantil. El fondo de pensiones noruego invierte en empresas como Nestlé y Mars (1% de Nestlé en 2022, unos 1.000 millones de dólares), y aunque existen criterios éticos, la cadena de suministro es tan compleja que resulta imposible controlar todo. En 2022, Suecia y Dinamarca donaron 20 y 15 millones de dólares respectivamente a Costa de Marfil para educación y lucha contra la pobreza, pero es una gota en el océano frente a los 8.000 millones anuales necesarios para erradicar el trabajo infantil.

En Bangladés, un gigante textil mundial, trabajan 4 millones de personas, el 80% mujeres de 18 a 35 años. Según la OIT (2019), el 60% de las trabajadoras ha sufrido acoso sexual y el 30% violencia física. Las causas: salarios bajos (100-150 dólares al mes), débil protección legal, sindicatos ineficaces y la presión de la moda rápida por plazos y costos.

Las marcas nórdicas están profundamente vinculadas a Bangladés. H&M tiene allí 1.000 proveedores y en 2022 el 30% de su cadena venía de ese país. Bestseller (Dinamarca) y KappAhl (Suecia) también compran mucho allí. Para cumplir con los pedidos, las fábricas imponen jornadas largas y alta presión, y las denuncias de acoso apenas se atienden. Desde 2018, H&M implementó programas piloto contra el acoso, pero solo cubren al 10% de sus proveedores. Los países nórdicos también aportan ayuda: en 2022, Suecia destinó 30 millones de dólares a proyectos de empoderamiento femenino, pero la magnitud del problema hace que estos esfuerzos sean insuficientes.

Las dos caras de la globalización

Los altos impuestos, salarios y bienestar nórdicos se sostienen gracias a la rentabilidad empresarial y la red global. Los impuestos provienen de empresas y ciudadanos, los salarios altos se mantienen por sindicatos y eficiencia, y el bienestar se financia con ambos. Empresas como H&M e IKEA, en un entorno de altos costos, obtienen beneficios mediante valor añadido y cadenas globales. Las fábricas textiles en Bangladés, las líneas de ensamblaje en China y las plantaciones de cacao en Costa de Marfil son eslabones clave en el control de costos.

La globalización une aún más a Escandinavia con el Sur Global. En 2022, las exportaciones suecas representaron el 49% del PIB, las danesas el 58% y Noruega ganó 150.000 millones de dólares con petróleo y gas, ingresos que se convierten en impuestos para financiar salud, educación y pensiones. Los nórdicos disfrutan de ropa y alimentos baratos, los fondos de pensiones obtienen rentabilidad global y los gobiernos ayudan a países en desarrollo. Pero la distribución del valor es desigual: los agricultores marfileños reciben solo el 6% del valor del cacao y los trabajadores textiles bangladesíes apenas el 5-10% del valor de la ropa.

El modelo de bienestar nórdico, en cierto modo, se basa en el trabajo y los recursos de bajo costo del Sur Global. Niños en plantaciones, mujeres en fábricas textiles, aunque lejos, son piezas imprescindibles de esta red. El brillo de la sociedad nórdica se entrelaza con las sombras de la globalización. Esta red de suministro conecta riqueza y vida, pero también intereses y desigualdad entre regiones.

Complemento:

Al hablar de las minas de cobalto en la República Democrática del Congo y las plantaciones de cacao en Costa de Marfil, quiero profundizar un poco más. La situación allí difícilmente puede llamarse “trabajo”. El trabajo, al menos en su sentido más básico, implica cierta protección de derechos humanos, aunque sea mínima. Pero aquí, la protección es casi inexistente. Quizá un término más adecuado sería “trabajo de sangre humana”, sí, como el “pan de sangre” de la literatura china. Aquí no existe el concepto de capitalización de mercado, ni contrato ni elección; solo la lucha por la supervivencia. ¿Se puede esperar que un niño que nunca fue al jardín de infancia “trabaje voluntariamente”? Su situación va mucho más allá del trabajo.

En comparación, las fábricas textiles de Bangladés, aunque con condiciones duras, explotación grave y abuso sexual, al menos mantienen una estructura organizativa llamada “fábrica”. Allí existe, al menos nominalmente, una relación laboral, horarios, pago de salarios e incluso textos legales —aunque a menudo sean letra muerta. Esto sigue dentro de la lógica del “mercado laboral”, aunque sea un mercado extremadamente distorsionado y pobre. La explotación aquí es resultado de la pobreza estructural y la lógica de producción mercantilizada.

En cambio, en Congo y Costa de Marfil, esa lógica casi no existe. No es intercambio laboral, sino pura coacción para sobrevivir. Los niños no firman contratos ni entran a fábricas, sino que son lanzados directamente a la labor más primitiva y brutal. No hay derechos laborales básicos, ni opción, ni siquiera un sistema salarial real. Muchas veces solo reciben sobras de comida o una paga mínima para no morir de hambre. Esto no es mercado laboral, es trabajo de sangre humana. Incluso usar este término ya es una forma civilizada de describirlo; la realidad es aún más cruda y brutal de lo que el lenguaje puede expresar.

Y si lo pensamos más a fondo, cuando intentamos describir esto con palabras, ya estamos creando una distancia. Por frío que sea el término, al convertirlo en objeto de discurso, inevitablemente resulta más limpio y controlable que la realidad de carne y hueso. Así que, aunque diga “trabajo de sangre humana”, nunca podré retratar realmente el instante en que un niño excava con dedos rotos en una mina o plantación, esa existencia en la que ni siquiera hay tiempo para sentir tristeza. Al decirlo, ya se distorsiona.

En definitiva, la situación en Bangladés es la distorsión de un mercado laboral bajo pobreza extrema, mientras que en Congo y Costa de Marfil es pura coacción de supervivencia, fuera de toda lógica de mercado o contrato. Lo que existe allí es una modalidad sin la más mínima dignidad humana —incluso el término “trabajo” resulta demasiado neutro y suave.

Y mientras tanto, en 2025, se da otro absurdo: en la era de la inteligencia artificial, donde los robots ya pueden reemplazar parte de la mano de obra, aún persiste la esclavitud más primitiva y brutal en el mundo humano.

Nota del Autor

Este artículo refleja observaciones y pensamientos personales del autor. Las opiniones no representan conclusiones universales. Se agradece el diálogo racional y respetuoso, así como las perspectivas distintas. Por favor, cita la fuente si compartes el contenido.

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